miércoles, 29 de junio de 2011

La civilización del espectáculo


Por Mario Vargas Llosa

Para diario LA NACIÓN, Buenos Aires
Sábado 09 de junio de 2007


En algún momento, en la segunda mitad del siglo XX, el periodismo de las sociedades abiertas de Occidente empezó a relegar discretamente a un segundo plano las que habían sido sus funciones principales –informar, opinar y criticar– para privilegiar otra que hasta entonces había sido secundaria: divertir. Nadie lo planeó y ningún órgano de prensa imaginó que esta sutil alteración de las prioridades del periodismo entrañaría cambios tan profundos en todo el ámbito cultural y ético. Lo que ocurría en el mundo de la información era reflejo de un proceso que abarcaba casi todos los aspectos de la vida social. La civilización del espectáculo había nacido y estaba allí para quedarse y revolucionar hasta la médula instituciones y costumbres de las sociedades libres.

¿A qué viene esta reflexión? A que desde hace cinco días no hallo manera de evitar darme de bruces, en periódico que abro o programa noticioso que oigo o veo, con el cuerpo desnudo de la señora Cecilia Bolocco de Menem. No tengo nada contra los desnudos, y menos contra los que parecen bellos y bien conservados, tal el de la señora Bolocco, pero sí contra la aviesa manera como esas fotografías han sido tomadas y divulgadas por el fotógrafo, a quien, según la prensa, su hazaña periodística le ha reportado ya 300.000 dólares de honorarios, sin contar la desconocida suma que, por lo visto, según la chismografía periodística, la señora Bolocco le pagó para que no divulgara otras imágenes todavía más comprometedoras.

¿Por qué tengo que estar yo enterado de estas vilezas y negociaciones sórdidas? Porque para no enterarme de ellas tendría que dejar de leer periódicos y revistas, y de ver y oír programas televisivos y radiales, donde no exagero si digo que los pechos y el trasero de la señora de Menem han enanizado todo, desde las degollinas de Irak y el Líbano, hasta la toma de Radio Caracas Televisión por el gobierno de Hugo Chávez y el triunfo de Nicolas Sarkozy en las elecciones francesas.

Esas son las consecuencias de aceptar que la primera obligación de los medios es entretener y que la importancia de la información está en relación directamente proporcional con las dosis de espectacularidad que pueda generar. Si ahora parece perfectamente aceptable que un fotógrafo viole la privacidad de cualquier persona conocida para exponerla en cueros o haciendo el amor con un amante, ¿cuánto tiempo más hará falta para que la prensa regocije a los aburridos lectores o espectadores ávidos de escándalo mostrándoles violaciones, torturas y asesinatos en trance de ejecutarse?

Lo más extraordinario, como índice del aletargamiento moral que ha resultado de concebir el periodismo en particular, y la cultura en general, como diversión y espectáculo, es que el paparazzi que se las arregló para llevar sus cámaras hasta la intimidad de la señora Bolocco es considerado poco menos que un héroe debido a su soberbia performance, que, por lo demás, no es la primera de esa estirpe que perpetra ni será la última.
Protesto, pero es idiota de mi parte, porque sé que se trata de un problema sin solución. La alimaña que tomó aquellas fotos no es una rara avis, sino producto de un estado de cosas que induce al comunicador y al periodista a buscar, por encima de todo, la primicia, la ocurrencia audaz e insólita que pueda romper más convenciones y escandalizar más que ninguna otra. (Y si no la encuentra, a fabricarla.) Y como nada escandaliza ya en sociedades donde casi todo está permitido, hay que ir cada vez más lejos en la temeridad informativa, valiéndose de todo, aplastando cualquier escrúpulo, con tal de producir el scoop que dé que hablar. Dicen que, en su primera entrevista con Jean Cocteau, Sartre le rogó: “¡Escandalíceme, por favor!” Eso es lo que espera hoy en día el gran público del periodismo. Y el periodismo, obediente, trata afanosamente de chocarlo y espantarlo, porque ésta es la más codiciada diversión, el estremecimiento excitante de la hora.

No me refiero sólo a la prensa amarilla, a la que no leo. Pero esa prensa, por desgracia, desde hace tiempo contamina con su miasma la llamada prensa seria, al extremo de que las fronteras entre una y otra resultan cada vez más porosas. Para no perder oyentes y lectores, la prensa seria se ve arrastrada a dar cuenta de los escándalos y chismografías de la prensa amarilla, y de este modo contribuye a la degradación de los niveles culturales y éticos de la información. Por otra parte, la prensa seria no se atreve a condenar abiertamente las prácticas repelentes e inmorales del periodismo de cloaca porque teme –no sin razón– que cualquier iniciativa que se tome para frenarlas vaya en desmedro de la libertad de prensa y el derecho de crítica.

A ese disparate hemos llegado: a que una de las más importantes conquistas de la civilización, la libertad de expresión y el derecho de crítica, sirva de coartada y garantice la inmunidad para el libelo, la violación de la privacidad, la calumnia, el falso testimonio, la insidia y demás especialidades del amarillismo periodístico.

Se me replicará que en los países democráticos existen jueces y tribunales y leyes que amparan los derechos civiles a los que las víctimas de estos desaguisados pueden acudir. Eso es cierto en teoría, sí. En la práctica, es raro que un particular ose enfrentarse a esas publicaciones, algunas de las cuales son muy poderosas y cuentan con grandes recursos, abogados e influencias difíciles de derrotar, y que lo desanime entablar acciones judiciales por lo costosas que éstas resultan y lo enredadas e interminables que son.

Por otra parte, los jueces se sienten a menudo inhibidos de sancionar ese tipo de delitos porque temen crear precedentes que sirvan para recortar las libertades públicas y la libertad informativa.
En verdad, el problema no se confina en el ámbito jurídico. Se trata de un problema cultural. La cultura de nuestro tiempo propicia y ampara todo lo que entretiene y divierte, en todos los dominios de la vida social, y por eso, las campañas políticas y las justas electorales son cada vez menos un cotejo de ideas y programas, y cada vez más eventos publicitarios, espectáculos en los que, en vez de persuadir, los candidatos y los partidos tratan de seducir y excitar, apelando, como los periodistas amarillos, a las bajas pasiones o los instintos más primitivos, a las pulsiones irracionales del ciudadano antes que a su inteligencia y su razón. Se ha visto esto no sólo en las elecciones de países subdesarrollados, donde aquello es la norma, también en las recientes elecciones de Francia y España, donde han abundado los insultos y las descalificaciones escabrosas.

La civilización del espectáculo tiene sus lados positivos, desde luego. No está mal promover el humor, la diversión, pues sin humor, goce, hedonismo y juego, la vida sería espantosamente aburrida. Pero si ella se reduce cada vez más a ser sólo eso, triunfan la frivolidad, el esnobismo y formas crecientes de idiotez y chabacanería por doquier. En eso estamos, o por lo menos están en ello sectores muy amplios de –vaya paradoja– las sociedades que, gracias a la cultura de la libertad, han alcanzado los más altos niveles de vida, de educación, de seguridad y de ocio del planeta.

Algo falló, pues, en algún momento. Y valdría la pena reaccionar, antes de que sea demasiado tarde. La civilización del espectáculo en que estamos inmersos acarrea una absoluta confusión de valores. Los íconos o modelos sociales –las figuras ejemplares– lo son, ahora, básicamente, por razones mediáticas, pues la apariencia ha reemplazado a la sustancia en la apreciación pública. No son las ideas, la conducta, las hazañas intelectuales y científicas, sociales o culturales, las que hacen que un individuo descuelle y gane el respeto y la admiración de sus contemporáneos y se convierta en un modelo para los jóvenes, sino las personas más aptas para ocupar las primeras planas de la información, así sea por los goles que mete, los millones que gasta en fiestas faraónicas o los escándalos que protagoniza. La información, en consecuencia, concede cada vez más espacio, tiempo, talento y entusiasmo a ese género de personajes y sucesos.

Es verdad que siempre existió, en el pasado, un periodismo excremental que explotaba la maledicencia y la impudicia en todas sus manifestaciones, pero solía estar al margen, en una semiclandestinidad donde lo mantenían, más que leyes y reglamentos, los valores y la cultura imperantes. Hoy ese periodismo ha ganado derecho de ciudad pues los valores vigentes lo han legitimado. Frivolidad, banalidad, estupidización acelerada del promedio es uno de los inesperados resultados de ser, hoy, más libres que nunca en el pasado.

Esto no es una requisitoria contra la libertad, sino contra una deriva perversa de ella, que puede, si no se le pone coto, suicidarla. Porque no sólo desaparece la libertad cuando la reprimen o la censuran los gobiernos despóticos. Otra manera de acabar con ella es vaciándola de sustancia, desnaturalizándola, escudándose en ella para justificar atropellos y tráficos indignos contra los derechos civiles.

La existencia de este fenómeno es un efecto lateral de dos conquistas básicas de la civilización: la libertad y el mercado. Ambas han contribuido extraordinariamente al progreso material y cultural de la humanidad, a la creación del individuo soberano y al reconocimiento de sus derechos, a la coexistencia, a hacer retroceder la pobreza, la ignorancia y la explotación. Al mismo tiempo, la libertad ha permitido que esa reorientación del periodismo hacia la meta primordial de divertir a lectores, oyentes y televidentes fuera desarrollándose en proporciones cancerosas, atizada por la competencia que los mercados exigen. Si hay un público ávido de ese alimento, los medios se lo dan, y si ese público, educado (o maleducado, más bien) por ese producto periodístico, lo exige cada vez en mayores dosis, divertir será el motor y el combustible de los medios cada día más, al extremo de que en todas las secciones y formas del periodismo aquella predisposición va dejando su impronta, su marca distorsionadora. Hay, desde luego, quienes dicen que más bien ocurre lo opuesto: que la chismografía, el esnobismo, la frivolidad y el escándalo han prendido en el gran público por culpa de los medios, lo que sin duda también es cierto, pues una cosa y la otra no se excluyen, se complementan.

Cualquier intento de frenar legalmente el amarillismo periodístico equivaldría a establecer un sistema de censura y eso tendría consecuencias trágicas para el funcionamiento de la democracia. La idea de que el poder judicial puede, sancionando caso por caso, poner límite al libertinaje y la violación sistemática de la privacidad y el derecho al honor de los ciudadanos, es una posibilidad abstracta totalmente desprovista de consecuencias, en términos realistas. Porque la raíz del mal es anterior a esos mecanismos: está en una cultura que ha hecho de la diversión el valor supremo de la existencia, al cual todos los viejos valores, la decencia, el cuidado de las formas, la ética, los derechos individuales, pueden ser sacrificados sin el menor cargo de conciencia. Estamos, pues, condenados, nosotros, ciudadanos de los países libres y privilegiados del planeta, a que las tetas y los culos de los famosos y sus “bellaquerías” gongorinas sigan siendo nuestro alimento cotidiano.

domingo, 12 de junio de 2011

Juicios mediáticos y cuestionamientos a los fallos judiciales en la “Prensa” deben cesar


Por Carlos Vilchez Navamuel

“La pluma en la mala praxis del periodismo es mucho más criminal que el bisturí en la mala praxis de la medicina por cuanto la primera mata en vida”.


En el Artículo 11.1.de la Carta de Declaración Universal de los Derechos Humanos quedó establecido que “Toda persona acusada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se pruebe su culpabilidad, conforme a la ley y en juicio público en el que se le hayan asegurado todas las garantías necesarias para su defensa.” http://clio.rediris.es/n30/derechoshumanos.htm

La presunción de inocencia es entonces un derecho inalienable de todas las personas y debe además ser objeto de respeto universal, cosa que deben recordar los medios de comunicación y los que laboran en ello porque los incluye.

Mientras una persona esté sujeta a esta situación, los medios de comunicación deberían abstenerse a destacar la noticia, informando rápidamente sobre el asunto sin maximizarla, de la misma forma como lo hacen ahora cuando informan sobre asuntos científicos o cosas que para el gremio apenas tienen importancia.

Los juicios mediáticos no solo se ven en Costa Rica, están de moda en el mundo -como veremos más adelante- y los hacen, por un interés puramente mercantilista, los noticieros de televisión quieren elevar su raiting, los periódicos quieren vender más con este tipo de periodismo amarillista, “Panem et circenses” con esto, lamentablemente entretienen al pueblo.

Más que pan y circo, los juicios mediáticos han alcanzado límites insospechados y parecen mas bien una cacería de brujas al mejor estilo de la inquisición. Los juicios mediáticos manchan y arruinan la vida de las personas en un abrir de ojos.

El 07-03-2011, el periódico El País de España publicó un artículo titulado “Juicios Mediáticos” comienza el artículo diciendo “Informar, educar y entretener. Estos eran los objetivos de la televisión antaño, por este orden. Ahora se han invertido. Los juicios mediáticos constituyen hoy, por desgracia, una práctica habitual en las parrillas televisivas, y el sensacionalismo le ha ganado la carrera a la ética.”

En el periódico La República del 19-05-2011 aparece un artículo escrito por don Álvaro Madrigal titulado “Presión mediática versus verdad real” el artículo es claro y contundente, los excesos de información deforman y hacen ver a los imputados culpables ante la opinión pública antes de recibir un juicio público en el que sean asegurados todos sus derechos..

Don Álvaro se refiere en este escrito a los casos relacionados con los dos ex presidentes de la República de Costa Rica, entre las cosas que señaló, dijo; “Se abusó de la práctica periodística de hablar de “presuntos culpables” o “presuntas anomalías” lo que en la sentencia 2996-92 de la Sala Constitucional es declarado ejercicio abusivo de la libertad de prensa, contrario a la Constitución por entrañar la inversión de la carga de la prueba y apremiar al aludido a demostrar su inocencia” y al final agregó una sentencia lapidaria dicha en uno de los tribunales penales, dice así “La pluma en la mala praxis del periodismo es mucho más criminal que el bisturí en la mala praxis de la medicina por cuanto la primera mata en vida”.
http://www.larepublica.net/app/cms/www/index.php?pk_articulo=46498

Esta última frase describe la sabiduría con que los jueces tienen que dictaminar y dar sus fallos, ellos han entendido las consecuencias de los excesos que se vienen produciendo con los juicios mediáticos en el país, los hemos visto en el pasado en casos como el del ex presidente José María Figueres Olsen en el caso chemise, en el del padre Minor Calvo explotado hasta la saciedad, con algunos deportistas y lo vimos de forma mucho más exagerada y desproporcionada con los ex presidentes de la república.

No es extraño entonces, que con estos excesos, la gente, ya manipulada por los medios de comunicación, quiera al final “rabo y orejas” aunque la persona no se lo merezca, por estas razones los juicios mediáticos deben de cesar.

Termino con unos comentarios importantes, los hizo nada menos que el jerarca que representa a la Judicatura, tiene que ver con el cuestionamiento de la prensa a las resoluciones de los jueces y que consecuentemente influye luego en el pueblo. Esto hay que detenerlo de una u otra forma, porque los medios no contentos con hacer juicios mediáticos ponen en duda en forma pública las resoluciones de los jueces y en consecuencia toda la institucionalidad de la Justicia.

Los comentarios los hizo la Lic. Adriana Orocú Chavarrría, presidenta de Acojud (Asociación Costarricense de la Judicatura) en una entrevista hecha por la Nación donde se le pedía que se refiriera a los cuestionamientos surgidos por la resolución del Tribunal Penal de Pavas por el fallo de otorgar arresto domiciliario a dos mexicanos cuestionados por narcotráfico. La licenciada Orocú Chavarrría afirmó entre otras cosas “El pueblo y los medios no son juzgadores de los juzgadores” de seguido el periodista le preguntó: ¿Es incuestionable el fallo de un juzgador? A lo que contestó “Los fallos no se discuten en la prensa porque no son puestos a votación popular a ver a quién le gusta o no. Nosotros vamos a defender la independencia judicial, la imparcialidad y la libertad de actuación de los jueces.” http://www.nacion.com/2011-05-30/Sucesos/NotasSecundarias/Sucesos2792674.aspx

Ahora resulta que algunos medios de comunicación además de informar, pretenden acusar y juzgar a los juzgadores al mismo tiempo, con estas pretensiones, los ciudadanos quedaríamos totalmente indefensos ante este poder mediático, de allí la necesidad de reglamentar la prensa sin coartar la libertad de expresión.

viernes, 3 de junio de 2011

¿PERIODISMO EN CRISIS O MERA PERCEPCIÓN? (Parte II)


Por José Pablo Salazar Aguilar *

Creo que la población costarricense tiene clara la importancia de una correcta comunicación.

Sabemos las consecuencias mortales de la mala praxis médica, pero no olvidemos los efectos de la mala praxis periodística, la cual si bien no acaba con vidas, acaba con la razón, con la crítica, con el poder de decisión y la decisión misma, aplasta el espíritu y el raciocinio, no de un solo ciudadano, sino de toda una audiencia.
Esa resulta ser la nefasta consecuencia para un “conglomerado ciudadano”, que precisamente pierde su condición ciudadana al no contar con información de calidad, es decir, datos de la realidad y vida nacionales interpretados y analizados con base en la emisión noticiosa objetiva, pero subjetiva en el tanto deba manifestarse la posición del medio sobre hechos políticos e ideológicos, para que la audiencia esté clara, informada y con bases sólidas para formular una opinión y crítica.

Luego de que analizáramos los primeros dos tropiezos de un periodismo nacional venido a menos, ambos relacionados con la formación del periodista y su etapa previa a que decida convertirse en comunicador, expondré las manchas del periodismo en su aplicación actual.

Una vez que el joven es graduado como periodista y, en algunos casos, sea colegiado (requisito exigido de acuerdo con su lugar de trabajo) empieza labores en algún medio de comunicación, agencia, oficina de presa o empresa; si es que no muere en el intento de encontrar trabajo por la saturación y la tentación de los sweet shops del siglo XXI, donde pagan mejor.

Los otros dos tropiezos: (1) La estéril iniciativa para generar productos de calidad en cualquier género periodístico, ya sea por la pobre formación y/o experiencia vivida, o por el poco tiempo y recursos de los que dispone el periodista en el medio y (2) la presión e influencia del medio, porque el tema o enfoque no fuese concomitante con los intereses políticos o económicos de los “jefes”.

Como binomio irónico y tóxico para el periodismo, el comunicador no puede hacer lo que su patrón no le permite hacer, y si tuviese la oportunidad, lo haría mal, porque carece de la experticia o le gusta la superficialidad. Igual que en la primera parte, no sería sensato generalizar, porque existen buenos trabajos de grandes comunicadores, pero no es la regla, es la lamentable excepción.

El periodismo es una profesión de todos los días, es una ciencia social que involucra todas las otras ciencias, la cotidianidad nacional e internacional, mi realidad y la de cada persona. Exige una actualización constante y una cosmovisión diferente de la de los demás, pero que comprenda todas las otras.
Ser comunicador es crear opinión, porque con cada palabra heredamos las herramientas para formar ciudadanos, personas críticas y pensantes, capaces de tomar una decisión, acertada o desacertada, pero una decisión pensada y consciente al fin, dentro de la sociedad. El periodista debe entregar lo mejor de sí, no solo creando un excelente reportaje o producción, sino un enfoque claro y analítico de los hechos que afectan la sociedad.

Por otro lado, la independencia del medio o empresa de comunicación de las cúpulas políticas y económicas, es la clave para una comunicación “objetiva”; sin embargo, si comparamos detenidamente, ¿qué es más conveniente, el ejemplo nacional en el que no sabemos para dónde “meten goles” las empresas de comunicación, o un arquetipo en el que conocemos la inclinación ideológica del medio? Creo que si conocemos el esquema mediático y los intereses que defienden, es más fácil cruzar variables, analizar enfoques y tomar decisiones como ciudadanos libres.

Por desgracia, en Costa Rica y otras naciones de occidente, es imposible saber la ideología del medio por la ambigüedad de sus producciones, y cuando creíamos dilucidar hacia dónde iban, nos llevamos la sorpresa de que estábamos equivocados, porque las empresas de comunicación son como los girasoles: Miran hacia donde va el sol; estando su agenda mediática completamente determinada por los intereses políticos y mercantiles de una coyuntura establecida.

Así, los comunicadores están maniatados por sus propias condiciones, arrastradas desde su formación como personas y profesionales, que incluyen sus principios y (anti) valores, siendo la avaricia la brújula usual que guía su ética. Y para colmo de males, los buenos comunicadores son amordazados por el medio, bajo el riesgo de sacrificar sus ideales por el sustento diario, o viceversa.

En la tercera parte, mis conclusiones y un resumen de la propuesta para iniciar la construcción de un modelo nuevo que altere primero al futuro periodista desde que es estudiante y luego, al periodismo nacional y, por qué no, latinoamericano.

* Periodista colegiado

Nota: Usted puede ver la primera parte en: http://shm-mella.blogspot.com/2010/10/periodismo-en-crisis-o-mera-percepcion.html