martes, 19 de enero de 2016

LOS SERVIDORES DE LA MENTIRA

Por Salvador Freixedo 



No existe la prensa libre. Los periodistas tienen una libertad muy limitada. Están sujetos a la línea editorial del medio para el que trabajan y sirven a sus intereses. He aquí como ejemplo esta jugosa anécdota, que algunos conoceréis, sobre John Swinton, que fue redactor jefe del New York Times. En el transcurso de una cena organizada por periodistas en su honor, alguien propuso hacer un brindis por la prensa libre. Estas fueron sus palabras: “No existe la prensa libre. Ustedes lo saben tan bien como yo. Ninguno de ustedes se atreve a escribir su opinión honesta, y si lo hiciese, saben perfectamente que no saldría publicada. En el periódico donde trabajo me pagan por no decir mi opinión sincera. A ustedes les pagan por lo mismo que a mí, y si alguno estuviese tan loco como para decir sinceramente lo que piensa, pronto estaría buscando trabajo. Si yo me permitiese escribir lo que pienso de muchos temas, en 24 horas estaría despedido. El trabajo de los periodistas es destruir la verdad, es mentir descaradamente, es pervertir, es vilipendiar, es adular a los que tienen el dinero y es vender a su patria y a su raza para ganarse el pan. Ustedes lo saben igual que yo. Por lo tanto, ¿a qué viene este brindis por la prensa libre? Nosotros somos las herramientas y los siervos de los poderosos que están tras bastidores. Nosotros somos sólo muñecos; ellos tiran de los hilos y nosotros danzamos. Nuestros talentos, nuestras capacidades y nuestras vidas les pertenecen. Nosotros somos prostitutas intelectuales”.

Lamentable. ¿Pero son exageradas las palabras de Swinton? Yo creo que no. Los periodistas que nunca han tenido problemas es porque quizá nunca se han puesto a investigar un asunto de los denominados peligrosos, de esos que, de saberse la verdad podría perjudicar a alguna institución o persona de relevancia. O casos de implicación gubernamental en algún tema turbio. El mundialmente conocido “Octopus” de Casolaro es un ejemplo de lo que hablamos. El periodista apareció muerto en circunstancias extrañas cuando investigaba un caso de corrupción.

No siempre el castigo final es la “pena capital”. Cuando un periodista se vuelve demasiado revoltoso o le sale la vocación por los poros a la hora de investigar ciertos asuntos, se le retira, se le ningunea y se lo condena al olvido. Hay ciertos temas intocables, y los que se atreven a hacerlo deben pagar un alto peaje y arrastrar el sambenito colocado por el propio gremio.

No obstante, las auténticas víctimas son los ciudadanos, condenados a tragar la bazofia que cuidadosamente les cocinan todos los servidores del MAL con mayúsculas.