Dr, Rodolfo Hernández G.
El ser humano siempre ha tenido una aspiración válida:
ser libre. Pero hechos los hombres, hechas las normas. Su manifestación
más antigua la vemos reflejada en los diez mandamientos.
Hace casi 3.300 años, el Creador de todas las cosas
había puesto pesos y contrapesos, porque Él, que se había arrepentido de
crear al hombre por su mal comportamiento (Génesis) sabía que a la
libre, el ser humano, en su apetito insaciable, es capaz de cualquier
cosa.
Mucha agua ha corrido desde entonces y nadie
podría dudar de que, en la mayoría de los casos, quienes han dictado las
normas para evitar el libertinaje, lo han hecho henchidos de buena fe.
Lamentablemente, no siempre ha sido así.
En Costa
Rica tenemos dos ejemplos recientes de cómo no se deben hacer las cosas:
en primer lugar, el abortado proyecto enviado a la Asamblea Legislativa
para cobijar con inmunidad perpetua a los miembros de los supremos
poderes y, en segundo lugar, la llamada “ley mordaza”.
Ambas son iniciativas típicas de una tiranía en democracia, inconcebibles al nivel del siglo XXI.
Los
que tienen derecho a pensar mal en busca de acertar, podrían considerar
que una está ligada con la otra: primero me blindo, luego peco;
después, aquí paz y después gloria. Pero a este país ya no se le mete un
diez con hueco. Y está demostrado que, a la fuerza, ni un purgante.
Algunos
señores diputados y este Gobierno parece que se olvidaron –espero que
definitivamente– del adefesio que pretendía el blindaje a favor de la
impunidad.
Hace solo unas horas, los llamados padres
de la patria aprobaron la esperada reforma a la conocida como “ley
mordaza”, una iniciativa que, en el fondo, pretendía meter a la cárcel a
los periodistas investigadores, a los medios de comunicación libres e
independientes, y acallar, al mismo tiempo, a una ciudadanía sedienta de
buenos actos, de integridad en la función pública y privada de rectitud
a toda prueba.
Estoy contento y deseo compartirlo.
Me siento feliz de que esto haya ocurrido. Costa Rica lo celebra como un
triunfo de la democracia; como debe ser.
Hago mías
las palabras del benemérito de la patria don José María Castro Madriz,
pronunciadas cuando, siendo presidente de la República, gobernaba un
terreno movido por pasiones e intereses personales y de familia: “La
libertad de la prensa es un derecho consagrado por la ley, y como tal
debo respetarlo, cualesquiera que sean las consecuencias que de su
ejercicio para mí resulten. Quizás su acción en estos momentos no sea
favorable para mi gobierno, desde luego que contra él se esgrimen con no
disimulada furia sus armas; pero esa libertad es una de las que más
habrán de aprovecharle”.
Y agrego de mi cosecha: Si
la libertad de prensa no existiese, habría que inventarla. Una
democracia sin fiscales acuciosos es una democracia abortada.