jueves, 19 de mayo de 2011

Presión mediática versus verdad real


Por Alvaro Madrigal

En un contexto tan deformado por la presión mediática y las pasiones políticas, como es el que rodea los expedientes “Caja-Fischel” e “ICE-Alcatel”, es harto difícil encontrar la verdad real y asignarle la contundencia propia de una sentencia firme. Jamás en la historia judicial costarricense ha habido tanta participación informativa como en estos casos. Y no siempre y esto es lo que plantea la duda central de la posibilidad de rescatar la verdad real para informar y cumplir con la esencia deontológica del periodismo. Fue evidente que hubo abundante información a veces con sutileza y muchas veces sin ella con el sello de orientación o sesgo para influir en la opinión pública y provocar en ella la convicción de la existencia de un delito grave digno de una aplastante condenatoria. Se abusó de la práctica periodística de hablar de “presuntos culpables” o “presuntas anomalías” lo que en la sentencia 2996-92 de la Sala Constitucional es declarado ejercicio abusivo de la libertad de prensa, contrario a la Constitución por entrañar la inversión de la carga de la prueba y apremiar al aludido a demostrar su inocencia. Ni que decir del ultraje al derecho de respuesta materializado en la consignación del descargo sin el despliegue que tuvo la divulgación del “presunto delito” ni del desconocimiento a los principios de adecuación y veracidad en la información que acoge el artículo 46 constitucional.

Pronto se puso de manifiesto que más allá de unos expedientes en que la Fiscalía General acusaba la existencia de graves delitos urdidos por (así los pintaba) una gavilla de bandidos, el país estaba en presencia de dos juicios mediáticos con alta contaminación política que provocó que Calderón, Rodríguez y todos los demás encartados fueran condenados hace años por el imaginario popular a podrirse en la cárcel. En este contexto ¿qué importancia tenía que los jueces dijeran A, B o C, o que el conjunto de las pruebas aportadas por la Fiscalía se desplomara por causa de una penosa impericia profesional de la acusación? Si se identificó en uno y otro caso la verdad real, ¿respondieron a ella las sentencias o hubo temor a la presión de los medios y a los prejuicios populares? Total, la retahíla de imputaciones terminó en una pena al expresidente Rodríguez por instigar a delinquir a un lobo que terminó en virtuosa paloma y en una pena al expresidente Calderón por un hecho calificado como peculado que se dio sin ser él funcionario público. ¡Ah generosas sentencias con los testigos de la corona que corrieron a agradecerle a Dios el pase “a mejor vida” para gozar millones de dólares!.

Por la salud de la República era indispensable blindar estos juicios de la presión mediática y proteger la verdad real. Mas no se logró. Resultado suficiente para pensar con el periodista español Alfonso Palomares, que “el poder ejercido por un pelotón de periodistas puede convertirse en una tiranía mediática”. O como lo sentenció uno de nuestros tribunales penales: “La pluma en la mala praxis del periodismo es mucho más criminal que el bisturí en la mala praxis de la medicina por cuanto la primera mata en vida”.

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